La
vida envidiable de Anna, solo le recordaba a Elsa aquello que jamás podría
tener.
Pero
Anna no vivía de placeres y libertad, despertar todo los días con el tiempo en
una mano sin tener a alguien con quién gastarlo. Desconocer la razón por la que
tu hermana decidió alejarse de ti, ignorando tus vanos intentos por llamar su
atención. La noticia de que tus padres no volverán de su viaje y que la única
familia que te queda, ni siquiera se molesta en hacer acto de presencia ante el
entierro de sus propios progenitores. ¿Qué se creía Elsa? ¿Qué era más
importante para ella? ¿Qué la tenía tan cerrada al mundo? ¿Qué estaba pasando
realmente con ella?
Anna
vagaba siempre por los grandes pasillos del castillo, podía caminar con los
ojos cerrados y no se toparía con nada…
pero este día, este día no le apetecía hacer nada, no había dormido bien
durante los últimos días, la verdad no quería hacerlo, aún escuchaba sus voces
como ecos susurrantes. La nostalgia se hacía más sólida con el pasar de los
recuerdos, el miedo la dejaba sin aliento al meditar del futuro que seguiría su
vida sin sus padres, sin hermana, sin amor. Probablemente se haría vieja en
aquella habitación rosada.
Con
sus ojos hinchados y oscuras ojeras, su cabello enredado y sus labios partidos,
su cuerpo entumecido y sus pocas ganas por salir de la cama, ella seguía siendo
preciosa. Porque así son las personas especiales, cuando las circunstancias
ameritan ser fuerte pero no se puede ser más, son bellas hasta en la cúspide de
la destrucción de uno mismo.
Ambas
princesas sumidas en incomprensión, sintiéndose solas con la urgencia de un
abrazo, alguna palabra de apoyo. El castillo comenzaba a ser muy grande para
solamente dos princesas soberanas. Tenían reputación de ser un feudo débil ante
los demás reinos, pero esto no era más que una idea errónea corrida por algún
vecino prepotente al acecho del trono de Arendelle. Durante años las puertas se
mantuvieron cerradas, custodiando a la heredera de los peligros del exterior y
resguardando el pueblo del poder que poseía esta misma, solo Dios sabe lo que
ocasionaría si Elsa perdiera el control fuera del castillo, fuera de sus
aposentos.
Para
Elsa la seguridad del reino era punto y aparte, si tanto miedo le tenían podían
quedarse en sus hogares lejos de ella, algún día ella subiría al trono y podría
controlarlos a su gusto. Cambiaría las reglas del juego que ellos mismos habían
construido en contra de la heredera.
Cuando
la noche oscurecía el día, una parte de Elsa se iluminaba, todo el castillo
dormía, ni un alma se hacía presente y ella podía tener una fracción de
libertad. Elsa corría por el salón del palacio liberando escarcha detrás de
ella, se detuvo al centro para acumular
una bola de nieve que crecía entre su manos para luego impulsarla hacia lo alto
creando una fresca nevada, en su palma cayó un diminuto copo de nieve delicado,
límpido y hermoso ¿cómo podían temerle aquellos mediocres aldeanos? era una
maravilla. Había infinidad de creaciones que se moría por hacer pero este lugar
era demasiado represivo para alguien tan poderoso como ella, la Reina de las
Nieves. Pero había un lugar dónde no había límites.
Kai
la reprendería si no la encontraba dentro de las instalaciones del palacio,
pero ya se había contenido en otras ocasiones y esta vez tenía que explotar
todo lo que traía dentro, Kai de seguro ya iba por el 3er sueño, no sería
problema. Titubeó por un momento, pero entonces dió un paso decidido y otro
tras de ese, y otro más después de ese, caminaba con el corazón en la cabeza
pero a paso firme sin voltear atrás ni por un segundo, sabía que si lo hacía
cedería antes de negarse la idea de no acobardarse a salir fuera del castillo.
Sin embargo ahí estaba un leve susurro de alguna voz conocida que clamaba por
ser escuchada. Ensimismada en la emoción por lo que estaba por hacer a
continuación no se dio cuenta que rumbo estaba tomando y ahora que lo meditaba
había sido una idea estúpida tratar de salir por la entrada principal donde se
erguían dos puertas enormes e imponentes y detrás de ellas había otras dos más
impuestas por el rey en su deber como padre, proteger a sus hijas. Si no podía
irse por la entrada, entonces tendría que buscar alguna otra salida,
indudablemente Anna sabría por dónde ir. Aunque ni siquiera debería considerar
esa opción, porque no lo era, esa idea no le pertenecía a ella sino a otra alma
murmurante dentro de ella.
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