Siento
que mi corazón se encoge como yo misma. Aferrada a mis piernas con fuerza casi
quebrándome los huesos.
No
pienses, no sientas.
—Elsa…
sé que estás adentro, me han preguntado ¿a dónde fue?
que
sea valiente, piden y traté, te vengo a buscar, déjame entrar…
Oh
no puedo arriesgarme, la distancia es lo
mejor, quédate a salvo, muy lejos de mí,
no te haré sufrir, ten compasión…
—Tú eres lo que tengo, solo
escúchame, ya no sé qué hacer…
No
sigas insistiendo, no me hagas recordar, no sabes que sucedió…
—…
¿Y si hacemos un muñeco?
Yo
no puedo controlarme, no quiero volver a dañarte… vete ya.
Un ritmo acelerado choca contra mi
pecho, duele.
Una
leve nevada se presencia dentro de la habitación, yo cruzo los brazos
abrazándome a mí misma, la puerta está congelada, también las paredes que se
oscurecen con la escarcha de hielo adherida. Es imposible detenerlo, cada día
se hace más fuerte matándome en pequeñas partes, sigilosamente hasta que no
quede nada.
Las
lágrimas han cristalizado la almohada durante la noche, del techo surgen
afiladas estalagmitas brillantes, producto del desleír en la habitación que
anteriormente estaba gélida.
Me
siento en la cama tomando mi rostro entre la manos masajeando mi pesados
párpados, lo que necesito hacer es cepillar mis dientes, lavarme, vestirme,
peinar mi cabello, hacer la cama, tomar el desayuno, dar inicio a mis clases
particulares…
No
hago nada, no quiero hacer nada, mi cuerpo no está cansado, pero yo apenas
puedo sostenerme en pie. Me libero de las sábanas y cobertores, cojo algo de
leña que está al lado de la chimenea y la enciendo. Permanezco hincada frente
al ardiente fuego, embelesada en su furor trato de enfocar alguna idea en sus
brasas, pero estoy tan agotada. La llama arde, se extiende naranja y rojiza me
incita a hundirme en ella, a danzar en su aura de poder, se balancea
retorcidamente el núcleo procede a tornarse azul apenas una pequeña gota, estoy
obligada a seguir viendo. La gota inquieta aumenta su tamaño ahogando los
colores naturales en él. Mis pulmones se contraen y las inhalaciones se hacen
pesadas, una fuego azul es todo lo que puedo ver, entonces blanco, gris… negro,
una cresta negra. Observo dos finas líneas atezadas ligeramente curvadas hacia
arriba en una masa pálida con desfiguradas puntas cubriendo sutilmente los
arcos extendidos, una montañita al centro, y una curva carmesí más extensa por
debajo.
Es
un rostro.
Es
mi rostro.
De
mis palmas mi poder es expulsado con gran impulso y mi cuerpo se estrella brutalmente
contra el soporte de la cama. Estoy desconcertada por unos segundos tratando de
estabilizarme, yo conozco ese rostro, y no es exactamente mío, las cenizas se
vuelven una extraña composición de hielo y cristales brillantes subiendo por
encima del llar. Agotada me incorporo con dolor y me siento al borde de la cama
respirando pesadamente, me siento asustada y nerviosa a flor de piel, me siento
triste e impotente, totalmente espantada. Mi cuerpo oscilaba, necesitaba que
dentro de mí la tormenta aminorara solo un poco, apenas un escaso punto de
calma que me permitiera pensar por un momento, cierro los ojos a la opacidad
somnífera de mis párpados desesperada por un poco de estabilidad pero las ideas
corren vertiginosamente una tras otra, y no se detiene. Hay mucho escándalo en
la habitación, corro en dirección al tocador tomando mi cabeza entre las manos
como si mi cabeza pudiera explotar en cualquier momento, la puerta es
inalcanzable, se aleja cada vez que estoy más cerca así que estiro mi brazo en
su límite y consigo tomar el pomo, entro y azoto la puerta detrás de mí. Me
quedo en el suelo totalmente desgastada por unos minutos y entonces tomo la
ducha más larga de mi vida.
Entrar
en el estudio del rey por primera vez, sin él ahí, es escalofriante… concéntrate, no sientas.
Tenía
la urgencia por salir de mi habitación, el ambiente se tornó pesado dentro de ella
y me era imposible estar ahí dentro. El segundo lugar más seguro para mí es el
despacho de mi padre, pero el solo hecho de considerar entrar se me hace un
martirio, él nunca tuvo miedo de tocarme pero yo sí a él y ahora lo único que
anhelo es abrazarlo solo por un segundo, por una última vez. Apenas me doy
cuenta cuando estoy frente a la puerta del que fue su despacho por años y lo
único que hago es quedarme de frente a ella. Inhalo, toco la perilla, exhalo,
giro la perilla. La puerta se me hace más pesada que de costumbre, pero desde
que salí de mis aposentos el castillo se convirtió en muros asfixiantes,
pasillos interminables, y condolencias de las personas asistentes y doncellas.
Al entrar mi ceño se arruga al ver a una mujer sentada de espaldas hacia mí en
el diván, lleva una coleta de recogido completo, tiene el cabello rubio casi
decoloro y su blazer cobalto me resulta muy familiar, una idea golpea de súbito.
Trato de acercarme con cautela, la mujer está durmiendo con una manta encima
aferrada a un retrato.
Algo
intenso palpita en mi torso, advirtiéndome. Alcanzo el retrato y lo tomo
cuidadosamente, pero en mis actos trémulos la manta cae directo al suelo
seguido de mi pulso cardiaco. Estoy dormida en el sofá y respiro, en verdad
estoy ahí. Imposible. El retrato, en el estamos mis padres, mi hermana y yo. Lo
dejó caer como si de fuego se tratara resguardando mis manos sobre mi pecho, entonces
las observo y extiendo una de ellas directo a tocarme, mis manos están cortando
la distancia poco a poco, a sólo un centímetro más, miedosas de lo que pueda
pasar.
—Despierta
—digo con voz queda.
Pero
antes de tener a penas un roce de contacto conmigo, despierto súbitamente con
la piel erizada y la respiración inquieta, la frazada sigue cubriéndome
mientras estoy reclinada en el diván. Necesito algo de cordura por este día
urgentemente. Me quedo sentada en el por unos momento más mientras reflexiono
en lo que ha ocurrido durante la mañana y ahora, por más que le doy vueltas al
asunto es inasequible no pensar que estoy volviéndome loca. Los actos anómalos
que me han sucedido son completamente increíbles para ser verdad. Así que así
se siente, luchar por todo lo que una vez deseaste fervientemente controlar,
perder la batalla y por fin volverse loco.
Los
siguientes días transcurren pesados, cada día se vuelve más difícil distinguir
entre lo que imagino y lo que es real… no ha existido un día sin perder los
estribos enviando témpanos de hielo instintivamente, o congelando al tacto. Estoy
al borde de la locura, no puedo controlarlo.